Draco y Hermione
continuaron viéndose en el apartamento de los gemelos en las siguientes
semanas. Muy en contra de los deseos de Snape, que consideraba que era
peligroso que se reunieran tan seguido. Sin embargo, para ellos era un alivio
poder estar juntos unos momentos una vez por semana. Todas las veces habían
seguido el mismo mecanismo sin levantar muchas sospechas.
Cuando se acercaba el
día del ultrasonido, Draco convenció a Snape para que lo enviara a buscar unos
ingredientes para tener una coartada que le facilitara permanecer fuera de
Malfoy Manor la mayor parte del día.
—Te estás arriesgando
demasiado. Esto no me parece —le dijo abiertamente y en tono molesto.
—Lo sé, pero es
importante que vaya con ella a esta consulta. Prometo hablar con Hermione para
que no nos veamos en las próximas semanas, pero no le aseguro nada porque se
acerca la Navidad —le respondió Draco en tono firme.
Snape solo rodó los
ojos exasperado.
—Solo son pretextos…,
después vendrán San Valentín, la pascua, el día de la madre, las vacaciones de
verano… como buen Malfoy, al final siempre haces lo que te da la gana.
Draco reprimió la risa
ante este último comentario. Y le pidió un último favor: lo persuadió de darle
una poción que le ayudara a pasar desapercibido a la vigilancia constante de
Crabbe. Todavía renuente y protestando por lo riesgoso de la situación, Snape
accedió a esta última petición, aunque Draco no le dijo nada a Hermione al
respecto porque quería darle una sorpresa.
El día del
ultrasonido, Hermione llegó a la tienda de los gemelos y subió directamente al
apartamento. Tocó la puerta.
—Puedes entrar, la
puerta está abierta —le gritó uno de los gemelos. Adentro la esperaban unos
divertidos Fred y George… y un tercer gemelo.
—¿Qué está pasando
aquí? —les preguntó viendo al tercer hombre pelirrojo con suspicacia.
Los gemelos estaban
disfrutando de lo lindo la situación, pero ninguno decía nada hasta que el tercero
habló con la voz de Draco.
—¿No te gusta el
camuflaje? No puedo acompañarte siendo yo mismo, así que convencí a tus amigos
de que me dieran de sus cabellos, ellos accedieron, tomé poción multijugos y
acá estoy esperándote con mi disfraz.
Hermione solo sonrió.
La verdad es que nunca pensó ver a Draco convertido en un Weasley y la
situación se le hizo en extremo graciosa.
—¿Cuánto tiempo durará
el efecto?
—Por lo menos cuatro
horas, pero traigo un poco más por cualquier retraso. ¿Nos vamos?
—Espero que disfrutes
de andar con alguno de nosotros —le dijo Fred guiñándoles un ojo.
Ambos se abrigaron
bien con sus gorros y bufandas. El clima había comenzado a empeorar en los
últimos días. Había nevado un poco y aunque las calles estaban todavía
transitables, el frío era bastante intenso. Salieron al Callejón Diagon y se
dirigieron a la salida por el Caldero Chorreante. Como era usual en ella,
Hermione no pudo resistir hacer comentarios mordaces al aspecto pelirrojo de
Draco.
—¡Vaya! Este día es
memorable. Para cómo te has expresado siempre de los Weasley’s me sorprende que
hayas decidido hacerte pasar por uno de ellos.
—Déjate de bromas por
favor.
—Debería llamar a
Colin Creevey para que te tomara una foto, no siempre se ve a un Malfoy
convertido en una comadreja… —Draco
le dirigió una mirada asesina, pero Hermione no se amedrentó. Tal vez fuera
porque los gemelos nunca se tomaban nada en serio, así que siguió viéndolo con
una expresión bastante risueña.
Siguieron caminando en
silencio. Varias personas volvieron sus cabezas al verlos pasar. Draco mandó a
todos al demonio, pensando que ya que estaba bajo los efectos de la poción
multijugos no era necesario mantener la distancia con Hermione, así que le
ofreció su brazo y ella aceptó. A pesar de ir en el cuerpo de otra persona, él
disfrutó de la sensación de caminar libremente por la calle con Hermione tomada
de su brazo.
—¿Cómo hiciste para
que te dieran sus cabellos?
—Simplemente se los
pedí la semana pasada. Al principio me vieron con desconfianza, pero les
expliqué que necesitábamos hacer una diligencia juntos y aceptaron en cuanto
vieron que Crabbe se iba tras tuyo en cuanto saliste de la tienda.
—Pues por la forma en
que la gente nos mira, parece que ahora hemos incluido a dos Weasley más en las
apuestas por esta paternidad —Draco la vio con una expresión de autosuficiencia
mezclada con travesura. Le era extraño descubrir los gestos tan propios de
Draco en el físico de los gemelos.
—Lo que me parece una
buena coartada: llegas a su apartamento al menos una vez por semana, te quedas
allí un buen rato, uno de ellos te acompaña a la clínica… una pequeña pero
efectiva cortina de humo ¿no te parece?
Cuando llegaron a la
clínica, tuvieron que esperar su turno para pasar a la consulta. Draco se
entretuvo observando a todos los que había allí, despreocupados y ajenos a toda
la agitación de la comunidad mágica. ¿Sería esa la solución? Alejarse de todo y
comenzar de nuevo en un lugar muggle donde nadie los conociera. Pronto lo supo:
él nunca dejaría de ser mago, tampoco Hermione podría nunca rechazar su
naturaleza mágica. Así que escapar de sus destinos no era una opción.
Una enfermera lo sacó
de sus cavilaciones. Los condujo a una pequeña sala llena de aparatos y le
entregó una bata a Hermione. Ella se cambió en un pequeño baño que había allí y
al salir le explicó rápidamente a Draco el uso de los equipos. Pronto llegó el
médico y la hizo subirse en una camilla.
Hermione sintió una
sensación helada en cuanto el médico le dejó caer un generoso chorro de gel y
sonrió por las cosquillas que sintió mientras se la regaba por todo el vientre
buscando donde estaba ubicado el bebé. Pronto unas imágenes borrosas comenzaron
a aparecer en el monitor. Draco abrió la boca con asombro y emoción, viendo
cómo se movía el corazón del bebé con cada latido que daba.
Tomó suavemente de la
mano de Hermione y observó la expresión de su rostro: sus ojos brillaban como
nunca los había visto hacerlo. El médico hizo los chequeos de rutina, calculó
el peso y la medida del bebé, revisó su corazón, su cabeza, su columna y sus
órganos vitales. Todo estaba perfecto.
—¿Quieren saber el
sexo del bebé? —les preguntó finalmente.
—Sí —le respondió
Draco firmemente, pero conteniendo la respiración.
—Pues déjenme decirles
que tendrán que pintar la habitación de rosado…
A Hermione se le
iluminó el rostro, pero Draco tardó unos segundos en procesar la información…
una habitación rosada ¿Qué demo…? ¡Una niña! Pronto una orgullosa sonrisa se
plantó en su rostro. La verdad es que no había pensado mucho en el sexo que
prefería, pero saber que esperaban una niña lo lleno de ilusión. Eso a pesar de
que en los linajes de sangre pura como la de los Malfoy siempre se les daba prioridad
a los varones, por la continuidad del apellido.
¡Al demonio los
linajes!, pensó.
Hermione permanecía
todavía en la camilla y Draco se inclinó a darle un beso en la frente. Al
final, el médico imprimió las imágenes más importantes del chequeo y se las
entregó, dando por terminada la consulta.
Cuando salieron a la
calle, iban tomados de la mano bastante emocionados.
—¿Estás contento? ¿No
te decepciona que sea niña? —le preguntó Hermione.
—Para nada —le
respondió.
—A ver si piensas
igual cuando conozcas a su primer novio… —le dijo bromeando.
—Hermione, ni siquiera
ha nacido. No me atormentes con su vida amorosa —ella soltó una fresca
carcajada por el tono de su voz y la cara que había puesto.
—Debemos escoger un
nombre.
—¿Te importaría que
escogiéramos uno del árbol genealógico de los Malfoy? —le preguntó viéndola
intensamente.
—No. Con solo que
escojas un nombre bonito. No me vayas a salir con que le pondrás Walburga, como
la mamá de Sirius, porque entonces sí protestaré enérgicamente.
Draco rió con la
ocurrencia.
—No tendrá un nombre
raro, al contrario creo que te gustará… quiero llamarla Irene, fue la esposa de
Orión Malfoy hace casi 500 años. Además, creo que te gustará el secreto que hay
detrás de esta mujer… —le dijo enigmático.
—Me gusta el nombre y
¿el secreto es…? —le animó Hermione a que le relatara.
—Dicen las malas
lenguas que era de origen muggle. Es uno de los secretos mejor guardados de la
familia, tanto que no la mencionan en el árbol genealógico ‘oficial’. En la
época de Irene no le ponían tanta atención a la pureza de sangre, toda esa
mierda comenzó hace unos 150 años, cuando se les exigió a todos los herederos
Malfoy que desposaran a sangres limpias —le explicó—. Tradición que tendré el
honor de romper, si es que aceptas casarte conmigo.
Hermione sonrió ante
esa petición de matrimonio tan espontánea como inesperada.
—Claro que quiero
casarme contigo —le respondió rápidamente.
Iban caminando por la
calle. Draco paró en seco, la tomó por la cintura y le estampó un besote de
película, sin importarle que él tuviera la apariencia de uno de los gemelos
Weasley, ni que la calle estuviera llena de gente que caminaba presurosa ni que
Crabbe estaba a una cuadra de distancia y no perdía detalle de todo lo que
pasaba—. Lamento no haber traído el anillo, pero nos casaremos antes de que
nazca Irene —le susurró.
El efecto de la poción
multijugos estaba por terminar, así que Draco tuvo que despedirse con prisa de
Hermione. La encaminó a su casa lo más cerca que pudo, pero luego tuvo que
retirarse. Ella continuó el camino a su casa con una gran emoción recorriéndole
todo su cuerpo.
*****
Draco se apareció en
los jardines de Malfoy Manor cuando terminó el efecto de la poción multijugos,
todavía sobrecogido por todos los acontecimientos del día. Tomó una respiración
profunda antes de entrar a casa, endureció sus facciones para borrar de su
rostro todo rastro de felicidad y adoptar la máscara de insensible fastidio que
solía llevar frente a sus padres.
Como siempre, entró en
la mansión con paso decidido y su madre le salió al encuentro.
—¿Dónde te habías
metido? Tu padre se fue furioso porque no volviste temprano.
—Tuve que conseguir
unos ingredientes algo complicados para la poción que estamos haciendo con Snape.
¿Por qué tanto alboroto? —le preguntó altivo, mientras continuaba caminando
hacia la escalinata para subir a su habitación.
—Tu padre te estuvo
esperando. Se han ido a una misión y era muy importante que fueras. Sé que te
habrías divertido —le explicó su madre con una sonrisa malévola. Ella se quedó
al pie de la escalinata, observando a su hijo subir. El corazón de Narcisa no
era tan oscuro como el su marido, pero eran una pareja tan compenetrada que él
no le ocultaba su trabajo a favor de Voldemort a menos que fuera algo ultra
secreto, así que ella siguió hablando—. Al parecer el Señor Tenebroso consideró
que era el momento de comenzar a desestabilizar al muchachito ese, al tal Potter y han salido para secuestrar a la
sangre sucia de Granger y a su familia.
Draco se quedó
paralizado a la mitad de la escalera, se le fue toda la sangre del rostro
haciendo que se viera casi transparente y su corazón comenzó a bombardear tan
fuerte que pensó que se le saldría del pecho. Sintió la angustia instalada en
su estómago contraído. A su madre no se le pasó desapercibida su reacción y lo
vio con suspicacia pero pronto él cubrió su desesperación con una creciente
ira. Bajó las gradas de dos en dos y se acercó violento a Narcisa, a quien tomó
de los hombros fuertemente.
—¿Cuándo decidieron
esto?
—Hoy por la tarde —le
respondió siempre altiva. Estaba temerosa por la reacción de su hijo, pero
reconoció con orgullo que era tan intimidatorio como su esposo. Era un Malfoy
hecho y derecho.
—¡Por todos los
demonios! Soy un Malfoy y mi padre no puede dejarme fuera de las misiones
importantes —rugió y salió presuroso hacia la chimenea.
—No te pongas así. Al
parecer, el Señor Oscuro pidió que se hiciera lo antes posible para no darles
oportunidad de reaccionar… ¿Adónde vas?
—Donde Snape. Él es mi
enlace y me tendrá que explicar por qué se me excluyó de esta asignación —entró
hecho un demonio a la chimenea, gritó la dirección de la casa de Snape y se
fue.
Cuando salió de la
chimenea, corrió desesperado donde su ex profesor.
—¡Van a atacarla!… van
a su casa… mi padre y otros mortífagos…
Snape como siempre no
perdió la compostura.
—¿Estás completamente
seguro?
—Me lo contó mi madre
al llegar a casa. Mi padre se fue porque el Señor Tenebroso pidió que se
hiciera lo antes posible… ¡¿Qué espera para hacer algo?! —le gritó comenzando a
desesperarse.
—No te muevas de esta
habitación ¿entendido? Voy a avisar a la Orden lo que está pasando.
*****
Mientras tanto,
Hermione había caminado sola el tramo que le faltaba para llegar a su casa. De
su rostro no se borraba una expresión de felicidad, sin embargo, sus emociones
no le nublaban la agudeza de sus sentidos. Ya sabía detectar por dónde se movía
el matón de Crabbe, que constantemente la seguía a todos los lugares donde se
dirigía. Por eso le extraño no verlo caminar tras ella, como lo hacía de
costumbre y un extraño presentimiento la asaltó.
Si fueran a atacarme,
Draco hubiera estado enterado, pensó extrañada, pero apretó el paso para llegar
lo antes posible.
Cuando entró al
pequeño jardín que había a la entrada de su casa, escuchó varias voces y con
claridad el sonido del aparecimiento. Ningún auror ni mago ni bruja se
aparecerían en un barrio muggle a plena luz del día y sin ninguna precaución.
Todos los temores de Hermione se convirtieron en una cruda realidad: estaba por
ser atacada por mortífagos.
El miedo hizo que
comenzara a respirar con dificultad. Sacó la varita para abrir la puerta sin
usar sus llaves y la cerró justo antes de que volara la primera maldición.
Levantó protecciones para el perímetro de la casa, pero sabía que no durarían
mucho tiempo ante la agresión sincronizada de varios mortífagos. Tenían que
salir urgentemente de allí. A como diera lugar. Se comenzaron a escuchar
explosiones fuera.
Hermione se quedó unos
segundos paralizada en el recibidor todavía impactada por el escaso margen con
el que había logrado entrar, pero reaccionó pronto para buscar a sus padres. Su
madre salió de la cocina con el rostro lívido de terror y su padre se les
acercó corriendo desde la biblioteca.
—Estamos rodeados —dijo
Jane—. Escuché ruidos en el patio de atrás, cerca de la puerta de la cocina.
—Todos al rellano de
la escalera —ordeno Mark.
—Pero papá… ¡Tenemos
que salir de aquí! —protestó Hermione.
—No discutas Hermione,
no ahora. Todos al rellano de la escalera ¡Ya! —la urgió de nuevo su padre.
Lograron entrar y hasta Croockshanks se les coló por entre las piernas, justo
en el momento en que se escuchaba volar la puerta de la entrada. En el escaso
espacio donde se encontraban apretujados bajo las gradas, solo se escuchaban
las respiraciones rápidas y entrecortadas de los Granger.
La voz de Lucius
Malfoy resonó en el lugar.
—Sabemos que están en
la casa, Granger. Si quieres podemos jugar a las escondidas, pero sangre sucia…
estás perdida.
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