Hermione todavía no se
recuperaba del susto que había pasado. Estaba en el baño, todavía arrinconada
contra una de las paredes por un Draco encapuchado y vestido con su túnica de
mortífago. La tenía fuertemente agarrada por los hombros y aunque la
aprisionaba con su cuerpo no le aplastaba su vientre.
—Por un susto de estos podría
perder el bebé ¿sabías? —le reprochó sosteniéndose el vientre.
—Lo sé, pero también me
interesa que conserves la vida —le respondió con dureza—. Atacaremos Hogsmeade en unos minutos y aparecerme en el baño fue
la única alternativa que tuve para avisarte. Me quedé helado cuando te vi pasar
con Potter y Weasley ¿No deberías estar en tu casa?
Hermione ignoró
deliberadamente la pregunta, solo le dirigió una mirada de pocos amigos,
mientras Draco le devolvía su varita. Seguía pálida, pero él la observo
procesar la información a gran velocidad, tanto que le pareció que podía
escuchar trabajar los mecanismos de su cerebro. Debían salir del bar y ayudar a
las chicas a regresar sanas y salvas a Hogwarts.
—Te ves hermosa —le dijo Draco a
renglón seguido. Se agachó frente a ella, le agarró el vientre con ambas manos
y se acercó a darle un beso. De pronto, como un desesperado comenzó a apartarle
la túnica, le subió la blusa y le bajó un poco el pantalón, a fin de dejar al
descubierto el vientre.
—Draco, no seas loco… —exclamó Hermione e
involuntariamente se estremeció ante el roce de sus caricias. ¡Hacia tanto
tiempo que no estaban juntos!
—¿Loco? Me he perdido casi
todo el embarazo, quiero sentirlo por lo menos unos segundos —le dijo acariciándola
suavemente con sus fuertes manos y sintieron al bebé moverse lentamente. Los
dos rieron como un par de estúpidos.
—¿Ves cómo te reconoce?
Draco alzó la mirada y
vio un brillo especial en los ojos de Hermione. Un brillo que quería seguir
viendo mientras estuviera con vida. El corazón de Draco se debatía entre
quedarse un rato más con ella o salir de allí lo antes posible. No quería estar
lejos de Hermione más tiempo, pero por su seguridad y la del bebé era necesario
que se fuera. Ella vio como a él poco a poco se le ensombreció los ojos,
haciendo más profundo su tono acerado. Lentamente se puso de pie.
—Debo irme antes de que
se den cuenta que no estoy en mi posición. Nos comunicaremos a través de Snape…
—le dijo Draco y cuando
vio que ella abría la boca para protestar, la tomó por los hombros y la apretó
con fuerza—, Hermione, todos tus movimientos son vigilados por Crabbe, Goyle se
encarga de Weasley y Zabini de Potter. Por eso no he podido siquiera mandarte
una lechuza. Hay que buscar un sitio donde vernos. Busca un terreno neutral y me avisas a través de Snape ¿entendido?
Hermione estaba
claramente asustada y en sus ojos se reflejaba el temor que sentía en ese
momento, así que solo asintió con la cabeza. Pero muy pronto afloró su vena
Gryffindor y le afirmó.
—No te preocupes, el
bebé y yo saldremos bien librados de aquí.
Draco le dio un rápido
e intenso beso y se desapareció. Al sentirse sola, Hermione no perdió el tiempo,
se acomodó la ropa y salió del baño más rápido que un alma en pena. Llegó a la
mesa con el semblante pálido y les dirigió una mirada llena de angustia.
Inmediatamente, Harry supo que algo grave pasaba y se puso de pie como
impulsado por un resorte.
—Debemos salir de aquí
y volver a Hogwarts. Van a atacar el pueblo —les informó.
—¿Estás segura? —le preguntó Harry.
—Completamente.
—¿Cómo lo sabes? —quiso saber Ron.
—Tengo un informante de
confianza y si no nos damos prisa, quedaremos en medio del fuego cruzado.
Los demás se pusieron
de pie rápidamente, pagaron la cuenta y buscaron la salida. De repente, Ginny y
Luna se debatieron entre solo salir o también avisar al resto de compañeros que
se encontraban en el bar. —Podemos provocar una estampida de estudiantes, si todos están en la
calle cuando comience el ataque, es probable que haya más muertos y heridos —les dijo Harry,
pensando fríamente.
—Harry, no puedo solo
salir sin avisarle a los que están aquí. ¿Cómo se defenderán si no saben qué
pasa? —le preguntó Ginny
obstinadamente y mientras caminaban hacia la salida, tomó del brazo a una chica
de Ravenclaw que pasaba cerca de ella—. Pasa la voz, hay mortífagos que atacarán al pueblo, debemos volver
al colegio o buscar un lugar seguro donde refugiarnos.
La chica la vio con
incredulidad.
—¿Están seguros? —preguntó, pero no
necesito respuesta al ver el semblante serio de los demás. Sobre todo, cuando
vio a Harry y a Ron saliendo del bar con las varitas en mano y en posición de
ataque. La chica corrió a avisar a los demás. Pronto la noticia comenzó a
regarse por Hogsmeade como pólvora.
Pero fue poco lo que
pudieron hacer. El ataque comenzó en pocos minutos. Los chicos habían avanzado
apenas unos 20 metros cuando sonó la primera explosión y todo se volvió un
caos. Los chicos que estaban en el pueblo y que eran ex miembros del ED,
salieron a las calles de Hogsmeade dispuestos a defender a sus compañeros y a
repeler a los mortífagos hasta que comenzaron a llegar los aurores.
Harry y Ron luchaban
aguerridamente, lo mismo que las chicas, pero los mortífagos tenían rodeado el
pueblo. Estaban atrapados. No había forma de salir allí. Las maldiciones y
contra maldiciones volaban por todos lados. Un Avada Kedavra pasó a centímetros de Ginny, y Ron recibió de lleno
un cruciatus que lo dejó aturdido por
el dolor. Draco trataba de mantenerse cerca de Hermione, observando y
sintiéndose impotente por no poder ayudarla. Trataba de desviar la atención de
los otros mortífagos hacia otros blancos, pero no podía hacer nada por ella.
Eso sería demasiado obvio y pondría en peligro su trabajo como espía.
—¡Tenemos que salir de
aquí! —les urgió Hermione.
Las chicas estaban escudadas y hechas un ovillo detrás de una valla a la
entrada de la Cabeza de Puerco. Luna y Ginny protegían con sus cuerpos a
Hermione, que por el embarazo se movía con más lentitud. Harry arrastró a un
jadeante Ron.
—Debemos ir a
Honeydukes —les
ordenó Harry decidido.
—No hay nada de esa
tienda que pueda sernos de mucha ayuda —replicó Ginny con dureza y viéndolo como si se hubiera vuelto loco.
—Allí hay un pasillo
secreto que nos llevará a Hogwarts —les explicó.
—Bien, pero debemos
cruzar la calle principal en medio de las maldiciones, con Ron a medio andar y
protegiendo a Hermione y al bebé —sintetizó Luna.
—No se preocupen por
mí, ya estoy bien —le
dijo Ron con firmeza—,
Harry,
que vayan las chicas adelante, nosotros les limpiaremos el camino.
—Si no lográramos
pasar, deben ir al sótano de la tienda. Debajo de las gradas hay una loza
diferente a las demás que deben levantar. Esa es la entrada al pasillo secreto
que las llevará directo a Hogwarts —les indicó Harry.
—Están locos si piensan
que los dejaremos aquí. Ustedes van con nosotras. Después de pasar, les
limpiaremos el camino para que crucen la calle —afirmó Luna con una voz de mando que
nunca habían escuchado y que contrastaba completamente con su aire distraído,
su collar de corchos y sus aretes de rábanos.
Así lo hicieron. Ron y
Harry comenzaron a lanzar impedimentas
y otros hechizos de defensa mientras Luna, Ginny y Hermione lograban finalmente
cruzar la calle. Mientras las chicas mantenían a raya a los mortífagos para que
Ron y Harry pasaran, Hermione se adelantó para lograr abrir la puerta trasera
que estaba fuertemente cerrada.
—Bombarda —gritó
haciendo explotar la cerradura.
Las dos parejas se
reunieron con ella y se deslizaron en el interior con mucho cuidado. Habían
logrado llegar hasta allí en aceptables condiciones, pero los que estaban
escondidos adentro podrían atacarlos pensando que eran mortífagos.
Efectivamente, Colin y Dennis Creevey les salieron al paso para defender a los
que se refugiaban en Honeydukes y lograron reconocerse justo antes de que
comenzaran a volar los hechizos.
Desde la tienda, los
chicos pudieron observar que los aurores habían comenzado a llegar por
montones, por lo que los estudiantes que estaban luchando afuera tuvieron la
oportunidad de replegarse y buscar zonas seguras. Mientras tanto la batalla
continuaba entre aurores y mortífagos.
—Vámonos de aquí —ordenó Harry.
Todos los alumnos que
estaban en la tienda siguieron a Harry hacia el sótano de la tienda y se
arremolinaron para entrar en el pasillo secreto. Era un grupo como de quince
estudiantes.
—Los tiempos son
críticos, así que espero que no revelen la existencia de este pasillo a menos
que sea de vida o muerte. Si lo cierran por una imprudencia de ustedes, no
tendrán forma de escapar si se produce un ataque en Hogwarts —les dijo con firmeza.
Como siempre y sin Harry proponérselo, había sido tácitamente elegido como el
líder del grupo.
Poco a poco fueron
saliendo en Hogwarts y rápidamente Hermione se dirigió a la enfermería para
ayudar a Madame Pomfrey. Los alumnos heridos habían comenzado a llegar. Alumnos
que solo tenían pequeñas contusiones y golpes, pero otros iban en muy malas
condiciones. La ayuda de Hermione fue muy bien recibida por la enfermera, que
le encargó que se ocupara de los casos más sencillos, mientras ella se hacía
cargo de los alumnos más lastimados. Pronto comenzaron a llegar los sanadores
de San Mungo para auxiliar a ambas mujeres.
Hermione vivió la
adrenalina de esos dramáticos momentos. Era la presión de trabajar contra el
tiempo para salvar todas las vidas que fuera posible. Era la estela de dolor
que dejaban las guerras y las batallas. Y el caos de confusión, llantos y
lamentos no solo se vivía dentro de la enfermería. Afuera muchos padres de
familia que se habían enterado ya de la fatídica noticia, se agolpaban tras las
puertas tratando de encontrar a sus hijos o de tener noticias sobre cómo se
encontraban.
El profesorado se
organizó para atender a los padres. Poco a poco se les fue brindando
información. No se había perdido la vida de ningún estudiante, pero algunos
tuvieron que ser trasladados a San Mungo todavía en estado grave.
Hermione estaba
agotada e impresionada por todo lo sucedido. En ese momento, realizó de golpe
todo el peligro que corrían ella y el bebé. Se estremeció con solo pensar en
qué pasaría si ella quedaba de nuevo en medio de un ataque con el embarazo más
avanzado o con su hijo recién nacido. Respiró profundamente. Pensaría en eso de
nuevo cuando el momento llegara. En esa noche, le dolía el cuerpo, sobre todo
la espalda y la parte baja del abdomen. Esas horas ayudando a los heridos
habían sido muy intensas.
—Lo peor ya pasó. Debes
comer y retirarte a descansar —le indicó Madame Pomfrey, al tiempo que le ofrecía una poción para
aliviar el dolor.
Se dirigió al Gran
Comedor donde encontró a los chicos, junto a Luna y Ginny, en la mesa de
Gryffindor. Se sentó junto a ellos, quienes le explicaron que habían mandado
una lechuza a sus padres para avisarles que ella se encontraba bien y que se
quedarían en Hogwarts para ayudar al profesor Dumbledore.
Hermione comenzó a
comer, pero de pronto se sintió abrumada por todo el estrés que había logrado
mantener alejado a pura fuerza de voluntad. Comenzó a sollozar quedamente.
—Lo siento —se disculpó
limpiándose de golpe las lágrimas que corrían por sus mejillas—. Es solo que necesito
descargar toda la angustia que tengo acumulada.
—Tranquila, ya pasamos
la primera prueba —le
dijo Ron mientras la abrazaba, tomándola por los hombros.
—Estoy muy asustada —les confesó—. Realmente es la peor
época para traer un bebé al mundo… y aunque nos amemos, él no puede estar
conmigo… no todavía…
—No te preocupes,
Hermione —le habló Ginny—, siempre es bueno tener
buenas noticias en medio de los malos tiempos. Eso nos recuerda que la vida
sigue. Te aseguro que tu hijo o hija será una gran bendición para ti… para los
dos, aunque en estos momentos no puedan estar juntos.
—Eso espero, Ginny, eso
espero…
Finalmente, Hermione
logró calmarse lo suficiente como para probar bocado. Justo cuando terminaba de
cenar, se les acercó la profesora McGonagall.
—El profesor Dumbledore
quiere hablar con ustedes. Las señoritas Weasley y Lovegood, también deben ir a
la dirección —les
indicó.
El grupo se dirigió
hacia la gárgola e ingresaron a la oficina, donde un preocupado profesor
Dumbledore les esperaba. De repente, parecía como si hubiera envejecido cien
años más. Su semblante era serio y parecía estar pensando en muchas cosas al
mismo tiempo. Se sentó detrás del gran escritorio de su oficina, mientras
conjuraba la cantidad de sillas suficientes para todos ellos. McGonagall y
Snape se encontraban también allí.
—Los mortífagos
atacaron a mis muchachos para mandarme un claro mensaje de guerra —les dijo luego de un
profundo suspiro—. Severus,
¿es verdad que la casa de Slytherin estaba sobre aviso?
—Sí —le respondió Snape—. Ninguno de ellos salió
a Hogsmeade este día, pero yo no escuché ningún rumor al respecto entre los
estudiantes. Salvo lo que ya había hablado con usted.
—También me enteré que
ustedes alertaron a los estudiantes que estaban en Las Tres Escobas para que se
protegieran, ¿Cómo lo supieron? —les preguntó a Ginny y a Luna.
—A nosotras nos avisó
Hermione. Cuando ella volvió del baño, nos dijo que saliéramos y regresáramos a
Hogwarts porque habría un ataque —explicó Ginny.
De pronto, todos los
ojos estaban puestos en Hermione. Con toda la conmoción causada por la batalla,
ella había logrado desviar la atención de sus amigos evitando que le
preguntarán más sobre quién era. Ella sintió que la cabeza le daba vueltas. No
quería que sus amigos se enteraran de esa manera de que Draco, el mortífago
Draco Malfoy, era el padre de su hijo pero estaba tan cansada y con la cabeza
tan nublada que no sabía que responder.
Vio con ojos
suplicantes a Snape, quien la observó impasible y sin mover un solo músculo de
su cara, pero Hermione comprendió lo que quería decirle. Todavía no era el
momento de hablar abiertamente de Draco con los demás pero ella estaba en una
situación en la que tampoco podía evitar dar una respuesta. Comenzaron a
temblarle las manos, vio a Dumbledore directamente a los ojos.
—A mí me avisó el padre
de mi hijo… —dijo
escuetamente.
—Comprendo —le respondió el
director rápidamente.
Pero Harry ató cabos
inmediatamente. Todas las situaciones por las que habían pasado y la cruda
realidad de que ella se empeñaba en ocultar la identidad de su pareja lo
golpearon con fuerza. Tengo un informante
de confianza, había dicho y luego, un creciente enojo mezclado con
indignación hizo que se pusiera colorado. Se volvió a ella decidido y escupió
la acusación con todo el desprecio de que fue capaz.
—¡Estás liada con un mortífago!
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